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 Mitos, leyendas y cuentos populares

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Augusto Cartago
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MensajeTema: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeDom Feb 11, 2007 10:59 pm

Hola a todos hoy estaba en casa y se me ocurrió ojear un libro que nos habían dado hace un mes y medio pero que nunca había ni siquiera ojeado. EL libro en cuestión va de cuentos populares de Galicia y entonces se me ocurrió crear este tema. O sea que ya sabeis animaos y así podíamos tener un elenco interesante de cuentos populares de distintas zonas del mundo España, Argentina, México, etc.
Y además de cuentos también podriamos meter mitos y leyendas del país de cada uno.


Última edición por el Dom Feb 11, 2007 11:20 pm, editado 1 vez
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Augusto Cartago
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeDom Feb 11, 2007 11:18 pm

Empiezo con un cuento popular de Galicia (España)

El castigo de la bruja.

En una casa de O Cadramón, yendo hacia Ferrocente, había un matrimonio al que se le morían todos los hijos. La última en nacer fue una niña, y, por muchos cuidados que le proporcionaron, enfermó cuando aún no había dejado de mamar.

Los padres, al ver que la niña enflaquecía de igual modo que les había pasado a sus hermanos, fueron a hablar con una vecina que consideraban bruja para que les diese algún remedio.

La anciana fue a recoger unas hierbas y les mandó que las hirvieran todas las noches y le diesen de beber el agua a la niña.

Y así lo hicieron, pero la niña no mejoraba, y al cabo de unos días estaba tan débil que los padres pensaron que se moría. Entonces fueron a buscar al cura, que cuando se puso a sacramentar a la cría observó unos agujeros que había en las sábanas, y dijo:

- Os están secando a la niña y no sé quién es, pero mañana lo sabremos -

Así que pidió que le cambiasen las sábanas la pequeña y se fue, quedando en volver al día siguiente.
Antes del amanecer se presentó en la casa y vio que las sábanas nuevas también tenían agujeros, así que deshizo la cama y encontró una araña que le estaba succionando la sangre a la criatura. La tiró al suelo, la aplastó con el pie y dijo:

- La que os está secando a la niña es la bruja de Ferrocente -

El padre respondió:

- ¡Que va, señor cura! Si la buena mujer la estuvo tratando para curarla -

- Es buena durante el día – dijo el cura – pero al llegar la noche se transforma en araña y les chupa la sangre a las criaturas -

Y como el hombre no acababa de creérselo, el cura le dijo:

- Coge el candil y vente conmigo -

El hombre hizo lo que le mandaban y se pusieron a caminar los dos por la nieve. Cuando llegaron a casa de la bruja, llamaron a la puerta pero no les contestó nadie. Entonces abrieron y encontraron a la vieja muerta en la cama, con la cabeza aplastada.
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Taris De Monte Verdi
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeMar Feb 13, 2007 6:27 am

LA LLORONA




Los cuatros sacerdotes aguardaban expectantes.

Sus ojillos vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban en busca de los gordos ajolotes.

Después confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía.

De pronto estalló el grito....

Era un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en las alfardas y en los taludes de los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, que comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las crónicas antiguas han sido bien interpretadas y parecio quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyótzin.

-- Es Cihuacoatl! -- exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.

-- La Diosa ha salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente --, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.


Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.


Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señorío de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacias las aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo:

"...Hijos míos... amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima...."


Venía otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes:

"...A dónde iréis.... a dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino.... hijos míos, estáis a punto de perderos..."


Al oir estas palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para finalmentente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncátzin en ese tiempo poseedor de su dignidad sacerdotal.

El emperador Moctezuma Xocoyótzin se atuzó el bigote ralo que parecía escurrirle por la comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo códice dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.


El emperador Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí escrito.


---Señor, -- le dijeron --, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la destrucción de vuestro imperio.

Dicen aquí los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo y tú y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.


--- Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre? -- preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.


--- Así lo dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto a vuestro Imperio.


Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.

Por eso desde los tiempos de Chimalpopoca, Itzcoatl, Moctezuma, Ilhuicamina, Axayácatl, Tizoc y Ahuizotl, el fantasmal augur vagaba por entre los lagos y templos del Anáhuac, pregonando lo que iba a ocurrir a la entonces raza poderosa y avasalladora.


Al llegar los españoles e iniciada la conquista, según cuentan los cronistas de la época, una mujer igualmente vestida de blanco y con las negras crines de su pelo tremolando al viento de la noche, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la Nueva España y tomando rumbo hacia el Oriente, cruzaba calles y plazuelas como al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios y las imágenes iluminadas por lámparas votivas en pétreas ornacinas, para lanzar ese grito lastimero que hería el alma.


-----Aaaaaaaay mis hijos.......Aaaaaaay aaaaaaay!---- El lamento se repetía tantas veces como horas tenía la noche la madrugada en que la dama de vestiduras vaporosas jugueteando al viento, se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral musitaba una larga y doliente oración, para volver a levantarse, lanzar de nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago, que entonces llegaba hasta las goteras de la Ciudad y cerca de la traza.


Jamás hubo valiente que osara interrrogarla. Todos convinieron en que se trataba de un fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor, bifurcando en mil historias los motivos de esta aparición que se transplantó a la época colonial.


Los románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.

Lo cierto es que desde entonces se le bautizó como "La llorona", debido al desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital de Nueva España y que por muchos lustros constituyó el más grande temor callejero, pues toda la gente evitaba salir de su casa y menos recorrer las penumbrosas callejas coloniales cuando ya se había dado el toque de queda.

Muchos timoratos se quedaron locos y jamás olvidaron la horrible visión de "La llorona" hombres y mujeres "se iban de las aguas" y cientos y cientos enfermaron de espanto.

Poco a poco y al paso de los años, la leyende de La Llorona, rebautizada con otros nombres, según la región en donde se aseguraba que era vista, fue tomando otras nacionalidades y su presencia se detectó en el Sur de nuestra insólita América en donde se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje vaporoso, lanzando al aire su terrífico alarido, vadeando ríos, cruzando arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.

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Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja
Edit. EDAMEX
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Augusto Cartago
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeJue Feb 15, 2007 2:33 am

El trasgo y la linaza(1)


Se dice que en una ocasión un vecino de una aldea y su mujer oían ruidos extraños por las noches, como si hubiese niños saltando en casa.

-Manecho- decía ella muchas noches -¿oyes?–

-Son los ratones, mujer, o será el ganado moviéndose en la cuadra- le decía el marido. Entonces se giraba hacia el otro lado y seguía durmiendo. Pero otras veces era él quien, sin despertar del todo preguntaba:

-Maruxa..., ¿has oido?-

Entonces la mujer ya no conciliaba más el sueño. Era como si un niño arrastrara la mesa; como si le costara mucho subirse a ella, y después, desde arriba, saltara al suelo... Oía su respiración y las pisadas ligeras, como de un niño.

Una noche encendieron el candil y revisaron todo el sobrado2. Otra vez se despertaron, sorprendidos ambos al caer la mesa, que hizo temblar la cama; no era cosa de este mundo. Si dejaban encendido el candil nada interrumpía su sueño. Así durmieron muchas noches, y cuando volvieron a pagar la luz, entonces regresaron también los ruidos: era el sarillo que, al girar, con su rechinar los irritaba. Se oían otra vez los saltos que lo que fuese daba en su extraño brincar... Poco a poco, tanto el hombre como la mujer iban perdiendo fuerzas; no tenían ánimo para nada, y no había otra conversación en la calle y en la parroquia. Una vecina les aconsejó:

-¿Sabéis lo que dicen que es bueno hacer? Poned una taza de linaza a rebosar detrás de la contravidriera y no os acostéis. Cuando oigáis que la taza vuelca, entonces decís: ya que lo has tirado recógelo. Y no hagáis nada más; escuchad sin hacer ruido.-

Al llegar la noche, después de acomodar el ganado y acabadas todas las labores del día, llenaron una taza de linaza, a rebosar, cerraron las contravidrieras del sobrado y pusieron junto a ellas la taza en el alféizar, apagaron la luz y, con algo de misterio y llenos de angustia, esperaron en la tranquilidad de la noche turbada por el amedrentado roer de la polilla en la madera. Y sucedió, que al rato, se abrió la contravidriera, y ¡plaf!, la taza volcó y cayó al suelo. El estruendo de una tormenta no habría sonada más fuerte. Se oyó un “Ah” ahogado y Manecho, apretando las manos de su mujer para cobrar fuerzas, repitió las palabras de la anciana:

-Ya que lo has tirado recógelo-

Entonces lo vieron: al enfilar el rayo de luna por la rendija de las contravidrieras medio abiertas, descubrieron tapado en el suelo, junto a la linaza, a un hombre pequeño, como un muñeco, que cogía uno a uno los granos de simiente del lino y contaba: “uno, dos, uno, dos”. Su voz era suave, como el murmullo de las aguas del río, y “uno, dos, uno, dos” siguió repitiendo toda la noche hasta el amanecer.

Era el trasgo, que no sabe contar. Jamás, volvió a esa casa, aborrecido del trabajo que aquella noche había tenido.

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1- semilla del lino
2- planta alta de la casa

González Reboredo, Xosé Manuel; Galicia de cuento, Hércules de Ediciones.


Bueno la próxima a ver si posteo algún mito como la Santa Compaña o historias de mouras ya veré.
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeJue Feb 15, 2007 11:50 pm

Bueno hoy me he decidido por un relato de mouros, pero antes os explicaré que son los mouros.

Estos seres se definen por una serie de rasgos. Por un lado, por su carácter de antiguos pobladores, ese tiempo antiguo en el que vivieron se caracteriza como de guerras constantes. Otra de las características es que a pesar de su apariencia no son humanos.
Sus lugares de residencia son variados desde yacimientos arqueológicos como los castros (poblados fortificados), mámoas (túmulos), petroglifos (son grabados que se encuentran en rocas), en total todo tipo de ruina en general. También nos los podemos encontrar en lugares naturales pero con alguna característica que los haga diferentes como rocas con marcas de erosión como las marmitas de gigante, depresiones en el terreno con formas regulares, rocas agujereadas. Por último también pueden vivir bajo tierra, debajo del agua, dentro de rocas, en cuevas, casas o palacios hermosísimos a veces hechos de oro.

En cuanto a las actividades que realizan las podemos agrupar en tres: constructores, así se señala que construyeron los castros, que realizaron innumerables túneles que comunican entre si los lugares que habitan, las mámoas, estas las realizan las mouras.
Otra de sus actividades es la de guardianes de tesoros, esto sobre todo de las mouras.
Por último realizan actividades similares a las humanas, a pesar de su calidad de seres mágicos realizan toda clase de actividades orientadas a la vida diaria y que no se diferencian tanto de las que realizan los campesinos.

En cuanto a las mouras, éstas son muy hermosas y responden al modelo de belleza femenina en la cultura popular gallega. Son mujeres de cabellos claros que tienden a rojizos, de piel clara y mejillas sonrosadas. Son peligrosamente seductoras y casarse con una de ellas no es lo más aconsejable. En cuanto a los mouros, pues la verdad es que no se como son, pero supongo que algo similar.

En total, los mouros aparecen caracterizados como las figuras opuestas, pero paralelas a los humanos. Si la vida humana transcurre de día, la de estos seres es de noche. Si el hombre es por definición “un cristiano”, estos por lo general son paganos, nunca se les ve trabajar pero obtienen todo lo necesario para la subsistencia, aunque si desempeñan actividades complementarias como hilar, tejer, trillar, ir a la feria...

Poseen cantidades enormes de oro mágico y sus objetos son todos de oro.

Bueno pues ya está con eso ya sabéis suficiente sobre los mouros



La moura que hechizó a la reina


Salió un día a cazar el rey llevando con el a la reina y su hijo. Hicieron un alto en el camino cerca de una fuente. Ató los caballos y les dijo el rey a los suyos:

-Quedaos ahí, que siempre estaréis más frescos-

Ellos asintieron. Cuando más entretenidos estaban la reina y su hijo, apareció una moura y le dijo a la reina:
-Pobrecita ¿Cómo estás aquí tan sola?-

Ella contestó:
-Mi marido anda de caza cerca de aquí y nos dejo para descansar y tomar el fresco.-

La moura siguió compadeciéndola hasta que en un descuido de la reina le clavó un alfiler en la cabeza. De esta manera la reina se convirtió en una paloma que volaba cara los árboles.

La moura cogió las ropas de la reina y se vistió. Cuando llegó el rey le dijo:
-¿Cómo estás tan moura?-

Ella respondió:
-¡Por el aire y el calor, mi señor!-

El rey le volvió a decir:
-Tu voz la noto distinta-

La moura respondió:
-Se me puso así al beber el agua de la fuente, mi señor-

Montaron en los caballos y regresaron al palacio. Después de este acontecimiento la gente de palacio veía una paloma blanca al amanecer y veían que se apoyaba en un balcón. Aunque quedaron más sorprendidos cuando escucharon a la paloma hablar y que además les preguntaba:
-¿Cómo le va al rey con la reina moura?-

Los criados le contestaron:
-Bien hermosa paloma-

La paloma les volvió a preguntar:
-¿y el niño?-

Ellos le decían:
-¡Unas veces canta y otras llora!-

Entonces la paloma exclamaba:
-Pobrecita su madre que anda por estos montes sola-

Los criados le dijeron al rey que había una paloma que hablaba y decía aquellas cosas. El rey dijo:
-¡Hay que cogerla!-

Los criados pusieron trampas y la pillaron. La metieron en una jaula y se le encargó a una criada de palacio su cuidado. La criada le cogió mucho cariño a la paloma. Pero cuando la reina moura se enteró de toda la historia, dijo:
-¡Hay que matarla!-

Así obedeciendo a la reina moura, comenzó a retorcerle la cabeza y notó que tenía un alfiler clavado. Se lo quitó y de repente la paloma se convirtió en la reina.

Al verla todo fue gozo y felicidad. La reina perdonó a la moura y la dejó marchar.

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VV.AA., Galicia Antropología: imaginario. Literatura popular. Tomo XXVIII, Hércules de Ediciones.
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeVie Feb 16, 2007 3:26 am

LA LEYENDA DE LOS VOLCANES





Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.

Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estandares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa derrota.

Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza.

Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos.

Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe.


Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que no fueran testigos de aque retorno deshonroso.

Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur.

La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno.

Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.

--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para simpre!

Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.

Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos.

Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero azteca.

No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí.

Chocaron el amor y la mentira.

El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas.

Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas limosas.

Mucho tiempo duró aquél duelo.

El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira.

El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.

Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca.

El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal.

Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que amó como ella no podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro hombre, cuando en realidad amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna.

El guerrero azteca se arrodilló a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores de xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal. Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla.

Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.

Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura.

Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados de una impresionante escultura de hielo.

Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño.

Desde entonces, esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.

En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar.

Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza los campos.

Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.


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Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeDom Feb 18, 2007 11:02 pm

La cueva del rey Cintoulo

La cueva del rey Cintoulo, que está en Supena, parroquia de Argomoso, cerca de Mondoñedo, tien fama porque en torno a ella hay muchas leyendas. Estas son casi todas de hadas, hechizos, tesoros y mouros que los guardan. Entre ellas está la que os voy a contar ahora.

Hace muchos años gobernó en una zona de Galicia un rey llamado Cintoulo. Tenía su castillo cerca de Mondoñedo (Lugo).

Tenía una hija tan guapa como la diosa Bandía, o Ceres y era muy amada por todos los súbditos de su padre, nobles y plebeyos, no sólo por su hermosura sino también por su bondad.

Las riquezas y bienes del rey Cintoulo eran tan sonadas como su condición moral. Nada de extraño tenía que reyes de tierras más lejanas quisieran emparentarse con el casándose con la princesa Manfada, su hija.
Este era el motivo de las muchas visitas que hacían reyes de diversos estados al reino de Bria, y durante aquellas se celebraban fiestas que eran muy sonadas y la gente se divertía y era feliz.

El rey Cintoulo no tenía prisa por casar a su hija, ni la princesa tampoco sentía grandes deseos por casarse. Todos sus pretendientes eran hombres rudos, que ganaron el trono o el poder por medio de guerras o revueltas, muertes y traiciones, y todo aquello que hacía estremecer a la princesa y recelar a su padre.

Una bonita mañana de primavera, llegó a Bria un joven conde llamado Holldruvet.

Pocos escuderos llevaba como compañía, los había jóvenes y viejos, y a todos los trataba con familiaridad, y todos tenían para el las mayores alabanzas y respetos.

El conde cayó simpático desde que intercambiaron los primeros saludos, y por primera vez la princesa Manfada sintió later su corazón con un sentimiento dulce por aquél joven gentil, que además sabía de cantigas (poemas cantados que hacían los trovadores en época medieval)
Pero otro cortejo entró por las calles de la ciudad. Venía con gran estruendo de trompetas y timbales, con muchos caballos y hombres con gran cantidad de armas.

Aquel desfile hizo cuchichear a toda la gente allí reunida, y acampó como si fuese una plaza conquistada. Después, el jefe, que era un hombre barbudo y que no era joven, que comenzaba a tener barriga, envió al castillo real mensajeros para hacerles saber que el rey Tuba de Oretón acababa de llegar y deseaba casarse con la princesa Manfada; añadiendo que de no ser recibido en seguida asaltaría el castillo, pues venía dispuesto a llevarse a la princesa por las buenas o por las malas.

Esta embajada produjo un estremecimiento general en el castillo de Cintoulo. EL conde Hollvrudet se ofreció para luchar personalmente con el rey de Oretón. Era diestro en las armas y sabía que todo tendría solución si las buenas hadas le ayudaban.

Esta fue la respuesta que le dieron a los enviados del rey Tuba. Pero Tuba comprendió que torpe como era de movimientos por su gordura, no podría luchar contra aquel joven ágil y recio. Por lo que llamó a los magos que le acompañaban, y todos juntos tramaron un hechizo para vengarse de la actitud del rey Cintoulo para con ellos.

El estallido estremecedor de una tormenta enorme hizo temblar la tierra de toda Bria; la ciudad se derrumbo con un estruendo, las gentes huían llenas de pavor y las piedras de las casas caían encima de ellas aplastándolas. Todo pereció.

El conde Hollvrudet pudo, no obstante, llegar junto al rey Tuba atravesándolo con su espada; pero, cuando volvió en busca del castillo, vio asombrado que desapareció engullido por un gran abismo que allí se abrió y sólo pudo contemplar, lleno de temor, una gran cueva. Entró en ella pero no encontró más que unas toscas columnas de piedra y unas venas de agua que corrían por el suelo, y culebras que se arrastraban y murciélagos que batían las alas con desesperación ante las tinieblas de aquel agujero.

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VV.AA., Galicia Antropología: imaginario. Literatura popular. Tomo XXVIII, Hércules de Ediciones.
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeMar Feb 20, 2007 3:16 am

La leyenda del maíz


Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo comían raíces y animales que cazaban.

No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido detrás de las montañas.

Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo lograron.

Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl.

-Yo se los traeré- les respondió el dios.

Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas con su fuerza, sino que empleó su astucia.

Se transformó en una hormiga negra y acompañado de una hormiga roja, marchó a las montañas.

El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando solamente en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes esfuerzos y no se dio por vencido ante el cansancio y las dificultades.

Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz, y como estaba trasformado en hormiga, tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso. Al llegar entregó el prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.

Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces sembraron y cosecharon.

El preciado grano, aumentó sus riquezas, y se volvieron más fuertes, construyeron ciudades, palacios, templos...Y desde entonces vivieron felices.

Y a partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo de los hombres, el dios que les trajo el maíz.

Nota: El significado del nombre Quetzalcóatl es Serpiente Emplumada.
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeMiér Feb 21, 2007 12:55 am

La Yerba Mate (leyenda Guaraní)


Yarí, la luna, miraba llena de curiosidad los bosques profundos con que Tupá, el poderoso dios de los guaraníes, había recubierto la tierra, y su deseo de bajar se iba haciendo cada vez más ardiente. Entonces Yarí llamó a Araí, la nube rosada del crepúsculo, convenciéndola para bajar con ella a la tierra. Al día siguiente paseaban por el bosque transformadas en dos hermosas jóvenes; pero sus cuerpos se iban fatigando, cuando a lo lejos vieron una cabaña y hacia ella se dirigieron para buscar un poco de reposo. De pronto sintieron un ruido y era un yaguareté que iba a lanzarse sobre ellas, cuando una flecha disparada por un viejo indio sorprendió a la fiera hiriéndola en el costado. El animal enfurecido se lanzó sobre su herida, al mismo tiempo que una nueva flecha atravesó su corazón. Terminada la lucha, Araí y Yarí fueron tras el indio, que les había ofrecido hospitalidad y entraron en la choza. El hombre vivía con su mujer y su hija quienes las atendieron con gran afecto, contándoles que Tupá mira con desagrado al que no cumple dignamente la hospitalidad con sus semejantes.
Al día siguiente Yarí anunció al viejo que había llegado el momento de marchar. Salieron la mujer y la hija a despedir a las dos aventureras doncellas, que acompañadas del viejo, emprendieron el camino.
El viejo les contó por qué vivía aislado: cuando su hermosa hija creció, el desasosiego, la inquietud y el temor invadieron el espíritu del indio hasta que determinó alejarse de la comunidad en que vivía para que en la soledad pudiese su hija guardar aquellas virtudes con que Tupá la había enriquecido.
Yarí y Araí se vieron solas, perdieron sus formas humanas y ascendieron a los cielos, donde se dedicaron con afán a buscar un premio adecuado. Una noche infundieron a los tres seres de la cabaña un sueño profundo, y, mientras dormían, Yarí fue sembrando delante de la choza una semilla celeste, y desde el cielo oscuro iluminó fuertemente aquel lugar, a la vez que Araí dejaba caer suave y dulcemente una lluvia que empapaba la tierra. Llegó la mañana y ante la cabaña habían brotado unos árboles menudos, desconocidos, y sus blancas y apretadas flores asomaban tímidas entre el verde oscuro de las hojas. Cuando el indio despertó y salió para ir al bosque quedó maravillado del prodigio que ante la puerta de su choza se extendía. Llamó a su mujer y a su hija, y, cuando los tres estaban estáticos mirando lo sucedido se cayeron de rodillas sobre la húmeda tierra. Yarí, bajo la figura de doncella que habían conocido, descendió y les dijo: Yo soy Yarí, la diosa que habita en la luna, y vengo a premiaros vuestra bondad. Esta nueva planta que veis es la yerba mate, y desde ahora para siempre constituirá para vosotros y para todos los hombres de esta región el símbolo de la amistad. Vuestra hija vivirá eternamente, y jamás perderá ni la inocencia ni la bondad de su corazón. Ella será la dueña de la yerba. Después, la diosa les hizo levantar del suelo donde estaban arrodillados, y les enseño el modo de tostar la yerba y de tomar el mate.
Pasaron varios años, y al viejo matrimonio le llegó la hora de la muerte. Después, cuando la hija hubo cumplido sus deberes rituales, desapareció de la tierra. Y, desde entonces suele dejarse ver de vez en vez entre los yerbales como una joven hermosa y rubia en cuyos ojos se reflejan la inocencia y el candor de su alma.
[u]
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeMiér Feb 21, 2007 2:34 am

Bueno, empiezo con un clásico entre los clásicos de las leyendas españolas, y para más inri, del genial Gustavo Adolfo Becquer, del que pronto pondré otras leyendas.

Esta en concreto es una leyenda toledana llamada La ajorca de oro, disfrutadla.

I


Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo; hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles, que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.

Él la amaba; la amaba con ese amor que no conoce freno ni límites; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentran martirios; amor que se asemeja a la felicidad, y que, no obstante, parece infundir el cielo para la expiación de una culpa.

Ella era caprichosa, caprichosa: y extravagante como todas las mujeres del mundo.

Él, supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de su época.

Ella se llamaba María Antúnez.

Él, Pedro Alfonso de Orellana.

Los dos eran toledanos, y los dos vivían en la misma ciudad que los vio nacer.

La tradición que refiere esta maravillosa historia, acaecida hace muchos años, no dice nada más acerca de los personajes que fueron sus héroes.

Yo, en mi calidad de cronista verídico, no añadiré ni una sola palabra de mi cosecha para caracterizarlos mejor.

II


Él la encontró un día llorando y le preguntó:

-¿Porqué lloras?

Ella se enjugó los ojos, le miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.

Pedro entonces, acercándose a María, le tomó una mano, apoyó el codo en el pretil árabe desde donde la hermosa miraba pasar la corriente del río, y tornó a decirle: -¿Por qué lloras?

El Tajo se retorcía gimiendo al pie del mirador entre las rocas sobre que se asienta la ciudad imperial. El sol trasponía los montes vecinos, la niebla de la tarde flotaba como un velo de gasa azul, y sólo el monótono ruido del agua

interrumpía el alto silencio.

María exclamó: -No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes: pues ni yo sabré contestarte, ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio; fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede ni aún concebir. Te lo ruego, no me preguntes la causa de mi dolor; si te la revelase, acaso te arrancaría una carcajada.

Cuando estas palabras expiraron, ella tornó a inclinar la frente y él a reiterar sus preguntas.

La hermosa, rompiendo al fin su obstinado silencio, dijo a su amante con voz sorda y entrecortada:

-Tú lo quieres, es una locura que te hará reír; pero no importa: te lo diré, puesto que lo deseas.

Ayer estuve en el templo. Se celebraba la fiesta de la Virgen; su imagen, colocada en el altar mayor sobre un escabel de oro, resplandecía como un ascua de fuego; las notas del órgano temblaban dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia, y en el coro los sacerdotes entonaban el Salve, Regina.

Yo rezaba, rezaba absorta en mis pensamientos religiosos, cuando maquinalmente levanté la cabeza y mi vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron desde luego en la imagen; digo mal, en la imagen no: se fijaron en un objeto que hasta entonces no había visto, un objeto que, sin poder explicármelo, llamaba sobre sí toda mi atención... No te rías... aquel objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa su divino Hijo... Yo aparté la vista y torné a rezar... ¡Imposible! Mis ojos se volvían involuntariamente al mismo punto. Las luces del altar, reflejándose en las mil facetas de sus diamantes, se reproducían de una manera prodigiosa. Millones de chispas de luz rojas y azules, verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras como un torbellino de átomos de fuego, como una vertiginosa ronda de esos espíritus de llamas que fascinan con su brillo y su increíble inquietud...

Salí del templo, vine a casa, pero vine con aquella idea fija en la imaginación. Me acosté para dormir; no pude... Pasó la noche, eterna con aquel pensamiento... Al amanecer se cerraron mis párpados, y, ¿lo creerás?, aún en el sueño veía cruzar, perderse y tornar de nuevo una mujer, una mujer morena y hermosa, que llevaba la joya de oro y de pedrería; una mujer, sí, porque ya no era la Virgen que yo adoro y ante quien me humillo; era una mujer, otra mujer como yo, que me miraba y se reía mofándose de mí. -¿La ves? -parecía decirme, mostrándome la joya-. ¡Cómo brilla! Parece un círculo de estrellas arrancadas del cielo de una noche de verano. ¿La ves? Pues no es tuya, no lo será nunca, nunca... Tendrás acaso otras mejores, más ricas, si es posible; pero ésta, ésta, que resplandece de un modo tan fantástico, tan fascinador... nunca... nunca... Desperté; pero con la misma idea fija aquí, entonces como ahora semejante a un clavo ardiendo, diabólica, incontrastable, inspirada sin duda por el mismo Satanás... ¿Y qué?... Callas, callas y doblas la frente... ¿No te hace reír mi locura?

Pedro, con un movimiento convulsivo, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que en efecto había inclinado, y dijo con voz sorda:

-¿Qué Virgen tiene esa presea?

-¡La del Sagrario! -murmuró María.

-¡La del Sagrario! -repitió el joven con acento de terror-: ¡la del Sagrario de la Catedral!... Y en sus facciones se retrató un instante el estado de su alma, espantada en una idea.

¡Ah! ¿por qué no la posee otra Virgen? -prosiguió con acento enérgico y apasionado-; ¿por qué no la tiene el arzobispo en su mitra, el rey en su corona o el diablo entre sus garras? Yo se la arrancaría para ti, aunque me costase la vida o la condenación. Pero a la Virgen del Sagrario, a nuestra Santa Patrona, yo... yo que he nacido en Toledo, ¡imposible, imposible!

-¡Nunca! -murmuró María con voz casi imperceptible-; ¡nunca!

Y siguió llorando.

Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río. En la corriente, que pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie del mirador entre las rocas sobre que se asienta la ciudad imperial.

III


¡La catedral de Toledo! Figuraos un bosque de gigantes palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.

Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas; donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.

Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias, de su inspiración y de sus artes.

En su seno viven el silencio, la majestad, la poesía del misticismo, y un santo horror que defiende sus umbrales contra los pensamientos mundanos y las mezquinas pasiones de la tierra.

La consunción material se alivia respirando el aire puro de las montañas, el ateísmo debe curarse respirando su atmósfera de fe.

Pero si grande, si imponente se presenta la catedral a nuestros ojos a cualquiera hora que se penetra en su recinto misterioso y sagrado, nunca produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega todas las galas de su pompa religiosa, en que sus tabernáculos se cubren de oro y pedrería; sus gradas de alfombra y sus pilares de tapices.

Entonces, cuando arden despidiendo un torrente de luz sus mil lámparas de plata; cuando flota en el aire una nube de incienso, y las voces del coro y la armonía de los órganos y las campanas de la torre estremecen el edificio desde sus cimientos más profundos hasta las más altas agujas que lo coronan, entonces es cuando se comprende, al sentirla, la tremenda majestad de Dios que vive en él, y lo anima con su soplo y lo llena con el reflejo de su omnipotencia.

El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir, se celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.

La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyó un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí la claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones.

Era Pedro.

¿Qué había pasado entre los dos amantes para que se arrestara al fin a poner por obra una idea que sólo el concebirla había erizado sus cabellos de horror? Nunca pudo saberse. Pero él estaba allí, y estaba allí para llevar a cabo su criminal propósito. En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba escrito su pensamiento.

La catedral estaba sola, completamente sola, y sumergida en un silencio profundo.

No obstante, de cuando en cuando se percibían como unos rumores confusos: chasquidos de madera tal vez, o murmullos del viento, o ¿quién sabe?, acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa en su exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a sus espaldas, ora a su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como roce de telas que se arrastran, como rumor de pasos que van y vienen sin cesar.

Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino; llegó a la verja y subió la primera grada de la capilla mayor. Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario, a cuya sombra descansan todos por una eternidad.

-¡Adelante! -murmuró en voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se erizaron de horror: el suelo de la capilla lo formaban anchas y oscuras losas sepulcrales.

Por un momento creyó que una mano fría y descarnada le sujetaba en aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas que brillaban en el fondo de las naves como estrellas perdidas entre las sombras, oscilaron a su vista, y oscilaron las estatuas de los sepulcros y las imágenes del altar, y osciló el templo todo con sus arcadas de granito y sus machones de sillería.

¡Adelante! -volvió a exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara, y trepando por ella, subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas y luz dudosa, más imponente aún que la oscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreír tranquila, bondadosa y serena en medio de tanto horror.

Sin embargo, aquella sonrisa muda e inmóvil que le tranquilizara un instante concluyó por infundirle temor; un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido.

Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano con un movimiento convulsivo y le arrancó la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo; la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna.

Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños.

Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios.

La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia, y le miraban con sus ojos sin pupila.

Santos, monjas, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y confundían en las naves y en el altar. A sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus lechos mortuorios, mientras que arrastrándose por las losas, trepando por los machones, acurrucados en los doseles, suspendidos de las bóvedas, pululaban, como los gusanos de un inmenso cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quiméricos, deformes, horrorosos.

Ya no puedo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de sangre oscureció sus pupilas; arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y cayó desvanecido sobre el ara.

Cuando al otro día los dependientes de la iglesia le encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse, exclamó con una estridente carcajada:

-¡Suya, suya!

El infeliz estaba loco.
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeMiér Feb 21, 2007 3:34 am

El Canancol


Cuénteme, don Nico: ¿por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa?, pregunté un día a un ancianito agricultor.

Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba: Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común; es algo más; cuando llega la noche toma fuerzas y ronda por todo el sembrado; es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... soy su amo.

Don Nico siguió diciendo: Después de la quema de la milpa se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín (Oriente) y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men (hechicero) se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión de la milpa. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes (frijoles blancos); se viste con holoch (brácteas que cubren las mazorcas). El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el brujo ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo de la milpa), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco es ensalmado con hierbas y presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia; se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora; mientras tanto, el brujo reparte entre los concurrentes balché , que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men ve.

La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el brujo da una cortada al dedo meñique del amo de la milpa, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero practicado en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo.

El men cierra el orificio de la mano del muñeco, y con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: Hoy comienza tu vida. Este (señalando al dueño), es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia... Que los dioses te castigarán si no cumples. Esta milpa es tuya. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma. Y en el acto coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.

Durante la quema y el crecimiento de la milpa el canancol está cubierto con palmas de huano; pero cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre... y cuenta la gente sencilla que el travieso o ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por lo que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.

Es tan firme esta creencia, que si por aquella época y lugar se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol.

El dueño, al llegar a la milpa, toma sus precauciones y antes de entrar le silba tres veces, señal convenida; despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día, y al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol, y al salir silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.

Después de la cosecha se hace un hanincol (comida de milpa) en honor del canancol; terminada la ceremonia se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas, que se queman ya en el altar pagano, ya en el altar cristiano.

Y calló el viejecito después de haber hablado con acento de creyente perfecto.

_______________________________

Leyenda tomada del libro "El alma de Campeche en la leyenda maya" de Elsie Encarnación Medina E.
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeMiér Feb 21, 2007 7:55 pm

Dos Leyendas sobre la Flor del Irupé


Mitos, leyendas y cuentos populares Irupe



Mitos, leyendas y cuentos populares 800pxvictoriacruzianayp7



Erase una doncella bellísima que se enamoró de la luna. La cuitada languidecía con su amor sin esperanzas, mirando al astro de la noche esparcir su pálida luz desde la altura.
Un día, llevada por la fuerza de su pasión, se determinó a buscar a su celestial amante. Subió a los árboles más altos e inútilmente tendía los brazos en busca de lo inalcanzable. A costa de grandes fatigas trepó a la montaña, y allí, en la cima estremecida por los vientos esperó el paso de la luna pero también fue en vano.
Volvió al valle suspirosa y doliente, y caminó, caminó para ver si llegando a la línea del horizonte la podía alcanzar. Y sus pies sangraban sobre los ásperos caminos en la búsqueda de lo imposible.
Sin embargo, una noche, al mirar en el fondo de un lago se vio reflejada en la profundidad y tan cerca de ella que creía poder tocarla con las manos. Sin pensar un momento se arrojó a las aguas y fue a la hondura para poder tenerla. Las aguas se cerraron sobre ella y allí quedó la infeliz para siempre con su sueño irrealizado.
Entonces Tupá, compadecido, la transformó en irupé, cuyas hojas tienen la forma del disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal.

Mitos, leyendas y cuentos populares Victoria_cruziana_flower


Cuenta la leyenda de esta maravillosa flor, difundida especialmente en el litoral y noroeste argentino, que Morotí y Pitá se amaban entrañablemente. …él era fuerte y valiente; ella dulce y hermosa. Un día mientras paseaban a la orilla del bello Paraná, Morotí arrojó al agua su brazalete para que Pitá lo rescatara. Pronto lanzóse al agua el indio enamorado, pero no volvió a surgir de ella. Impulsada por el hechicero de la tribu, Morotí se sumergió también buscando entre las aguas el cuerpo de su amado. Pasaron las horas lentamente. Ninguno de los dos volvió a la vida, pero al amanecer vieron los indios flotar sobre aquéllas una flor extraña, en la que el hechicero reconoció a la bella Morotí en los pétalos blancos, y al intrépido Pitá en los rojos.

http://es.wikipedia.org/wiki/Irup%C3%A9
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MensajeTema: Re: Mitos, leyendas y cuentos populares   Mitos, leyendas y cuentos populares Icon_minitimeLun Feb 26, 2007 11:48 pm

El Hanincol


Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una hanincol (comida de milpa) que hacen los mayas con el objeto, unas veces, de agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos. Había rogado a los hechicero que me permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me había negado a que me santiguaran: (santiguar es someter a una persona a ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc.) En las ceremonias de las comidas de milpa se admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me resolví a todo y lo comuniqué al men. Así fue como logré concurrir a la comida. Y ahora les narraré lo que ví; lo que oí no, pues fue todo en maya, idioma que no entiendo.

La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta de un cerro de roca viva.

El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera, me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a caballo toda la noche en que la Luna plateaba los árboles y alumbraba el camino.

Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él, llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro, que me saludó.

Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men, quien me recibió solícito, pero desconfiado.

¿Está resuelta a le santigüen?, me preguntó.

El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso.

- Sí - le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a romero y ruda.

Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el hechicero contestó así mi interrogatorio.

-¿Por qué harán el hanincol?

-Para desagraviar a los dioses.

El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo, señal del disgusto de del Nohoch-Tat (Gran Señor).

Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos, etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa donde el muchacho estaba enfermo.

¿Quiere verlo?, me dijo. Sí le respondí.

En una hamaca estaba el joven calenturiento. El men le preguntó por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído más que por la fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men sacó de su morral un bollo de pozole lleno de moho que de amarillo pasa a verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.

Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen en metates para hacer una bebida refrescante llamada sacab. Este se reparte entre los que van a asistir a la ceremonia.

En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que diga, adonde iba a efectuarse.

El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados. Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos cocían maíz, frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa de estos tres productos, la cual recogían en bolas.

Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se forma una de semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a nueve.

Estos huahes (panes) se envuelven en las mismas hojas; uno de ellos es más grande que los otros. Mientras esto se lleva a efecto, en la fosa abierta se ha colocado gran cantidad de leña , que arde y calienta casi hasta calcinar algunas piedras grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado). En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a preparar el chocó; (caliente).

El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y, seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes (panes) y de todos los invitados, llega a la ardiente fosa. Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik, xamán-can (vientos del oriente, del poniente, del sur y del norte; sed benévolos). Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la fosa, saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. Las piedras extraídas se acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble.

Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres velas grandes, tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores, dulces, cigarrillos, etc.

Se han llevado ala mesa los pavos y las gallinas condimentadas y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el jugo de gallina y pavos, etc.

El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malos y llama a los buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz cristiana aleja a los vientos malos. como regalo a los buenos arroja a los cuatro vientos jicaradas de miel y balché. Luego cae en éxtasis, oculta su rostro entre las manos, y tomando enseguida el inciensario, marcha hacia la fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y muchas manos de hombres destapan la fosa, de donde extraen los huanes.

Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.

El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirvientes aún y los depositan en el caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se prepara el chocó . Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o despreciarlo.

Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son recogidos por un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los toquen, los lleva ala mesa y los riega con brebajes. Inmediatamente se toma a todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho.El men les da balché dulce, chocó , cool, dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca. (Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos). Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor, un gran trozo de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al Nohoch-Tat (padre o dueño del monte). El hechicero llega a la fosa y en el centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás.

A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño del bosque tiene allá su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus cigarros.

Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la milpa, a sus hijos y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la comida terrenal. Todos comen, todos beben. El men viene a mí con una pierna de pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de pavo.

Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la ceremonia. Era tal mi proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me salpicó el men cuando arrojó esos líquidos al aire.

Terminó la ceremonia -me dijo el men-. El enfermo está curado.

Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha gana.

Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder. El muchacho obedeció la orden. Ya no tenía calentura y había recobrado la salud.

En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado. Había que reconocerlo.

Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y fe de los descendientes de los xius y cocomes.

Me retiré pensativa. Soy una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas enfermedades gracias a que ingieren frecuentemente, las dosis de penicilina que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal en sus milpas.

¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la acción de la medicina que le dio el men en el pozole?

Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño fantástico.

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Leyenda tomada del libro "El alma de Campeche en la leyenda maya" de Elsie Encarnación Medina E.
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